El reto de los “jóvenes de 35”: cambiar la cultura empresarial

El reto de los “jóvenes de 35”: cambiar la cultura empresarial

La tasa de fertilidad en España es la más baja de Europa, según Funcas, por lo que el primer pensamiento que nos puede asaltar es: “¿y quién pagará nuestras pensiones?”. Lo cierto es que los datos no engañan y detrás subyace la preocupación de muchos adultos jóvenes (aquellos que rondan entre los 30, 35 años…),…

2 de febrero de 2024 porComunicación AEFI

La tasa de fertilidad en España es la más baja de Europa, según Funcas, por lo que el primer pensamiento que nos puede asaltar es: “¿y quién pagará nuestras pensiones?”. Lo cierto es que los datos no engañan y detrás subyace la preocupación de muchos adultos jóvenes (aquellos que rondan entre los 30, 35 años…), a los que se les sigue considerando como jóvenes que acaban de salir de la carrera, que siguen necesitando la ayuda de la familia y del Estado para salir adelante. La realidad es que a los 35 años, uno es un adulto, cuenta con una media de 10 años de experiencia profesional y está en edad de formar o haber formado una familia. ¿Por qué seguir considerando como “jóvenes” a esta franja de edad cuando realmente es la generación más preparada?

En relación a estos “jóvenes de 35 años”, un punto importante es la relación entre salarios y presión laboral. En el ecosistema FinTech lo sabemos bien, la maternidad y la paternidad es una de las grandes preocupaciones de las personas que forman la industria. Las mujeres y los hombres que se plantean tener una familia, o que comienzan a tenerla, lo ven como una carrera de obstáculos en la que la sociedad no ayuda. La percepción general es que “la conciliación no existe, es un mito que nos hacen creer” y que “es imposible plantearse nada que no sea dejarte la piel trabajando para poder promocionar y ganar algo más de dinero”.

La realidad es que una vez llega un niño a casa y los padres tienen que reincorporarse a sus puestos laborales, se encuentran en una situación donde tienen que combinar la responsabilidad de cuidar a un hijo, con las cargas que conlleva, y unas jornadas maratonianas en el trabajo que generan sentimiento de culpabilidad, porque quien cuida del niño es otra persona, mientras que esa otra persona que quizá también tenga hijos, está delegando el cuidado de los suyos a unos terceros, mientras ella cuida de los niños de otros… Y así, un ciclo vicioso del que es complicado salir.

¿De quién es la culpa? Obviando mentes de otra época que puedan decir que se debe a la  incorporación de la mujer al mundo laboral, ¿no será que la sociedad y las empresas no han evolucionado nada en los últimos años o que, como mínimo, no lo han hecho lo suficiente? Deberíamos hacer introspectiva de nosotros mismos, ¿no somos las propias personas las que  formamos las empresas? Efectivamente, somos personas de carne y hueso, con o sin cargas familiares, pero sí con ansias de vivir, las que pactamos las reglas del juego y las que establecemos nuestra cultura empresarial. Así las cosas, seguimos empeñados en sobrevivir al día a día porque nos hace falta la nómina a final de mes. Sin embargo, hay muchas causas que provocan que las mujeres se estanquen y no consigan engrosar su salario con el paso de los años. Principalmente, la inseguridad que las mujeres tienen, en mayor grado que los hombres, y que les impide aplicar a puestos que les supongan un reto porque tienen miedo al fracaso; el miedo a la incertidumbre, que es una patología más habitual en las mujeres que en los hombres, ya que les preocupa más que no puedan con todo; y la maternidad actual o futura y la preocupación de cómo lo van a hacer si aceptan más responsabilidades.

¿Se trata de un tema cultural o de la naturaleza de la mujer? No es sencillo determinar dónde acaba una línea y comienza otra, pero sí que está claro que la estructura social actual no es la mejor aliada para que las mujeres opten a altos puestos o se posicionen como candidatas para asumir grandes retos laborales. Además, hay dos factores muy relevantes que últimamente se están convirtiendo en pesadas losas que arrastrar: el síndrome de la impostora y la falta de referentes. Aunque cada vez vemos más mujeres en puestos de responsabilidad en las empresas del sector financiero, nos cuesta encontrar representación femenina en foros o encuentros de la industria.

Y con este panorama, ¿Quién emprende? Así presentado, parece que nos enfrentamos a un futuro muy gris, pero también existen muchos puntos de luz. El primero es la confianza y seguridad de muchos hombres y mujeres que quieren cambiar las cosas y que son conscientes que deben hacerlo desde sus propios entornos. El segundo es la gran capacidad que tienen las nuevas generaciones para entender que la frase “siempre se ha hecho así” puede ser sustituida por “vamos a hacerlo juntos”. El tercero es que nos estamos dando cuenta de que alguien tendrá que pagarnos las pensiones y, afortunadamente, muchas personas siguen apostando por ampliar la familia. El cuarto, que los referentes de nuestra cultura europea consiguen que se les escuche. Y el quinto es que el emprendimiento femenino, pese a todo, aumenta discretamente por ese impulso de las mujeres profesionales por poner en marcha nuevos proyectos empresariales.

Nuestra sociedad tiene futuro porque algo habrán hecho bien nuestros padres y abuelos para que los que les pagamos las pensiones queramos y trabajemos por dejar un mundo mejor, pero conviene seguir trabajando para que el cambio de la cultura empresarial nos ayude a alcanzar una verdadera conciliación personal y profesional.

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